miércoles, 16 de febrero de 2011

El grano

Me quedé dormida. La preocupación por la licenciatura y las horas de trabajo se convirtieron en un mostruo que se apoderó de mí. Llegué a casa arrastrándome, rendida, sudorosa, cansada, hambrienta y con toda la mierda encima contraída del Metropolitano. 
dieron las once de la noche. Todos dormían y nadie se dignó a servirme algo, así que callé a mis tripas con un pan seco y manzanilla. Me duché. Al minuto caí rendida.
De pronto era cinco para las ocho, tenía que llegar al trabajo en veinte minutos. No la hacía. En eso sentí un vértigo espantoso como si me lanzaran al aire -grité- pero nadie me escuchó.
No podía moverme, ¡qué diablos pasa! -dije-. El vértigo seguía y seguía, sentía que me balanceaba y lo peor es que no tenía manos ni piernas y por más que intentaba moverme no lo conseguía, sentía que estaba amarrada ni siquiera veía mi nariz en medio de los ojos -grité- y nada.
La desesperación se apoderó de mí y el vértigo seguía cada vez más fuerte, sólo podía ver mi habitación sin hacer nada.
En ese mismo instante apareció delante de mí la imagen inmensa de un punto blanco, gordo, inflamado y rojo al rededor: era yo, era mi imagen en un espejo. Me había convertido en un enorme y horripilante barro, un grano un folículo lleno de materia y pus que estaba prendido en medio de la nariz de Silvia, o sea yo. Gritaba desesperada, conociendome iba a reventarme inmediatamente.
Silvia no lo hagas soy yo -grité- o sea, tú, ¡no revientes ese grano!... ¡detente!... ¡detente!... ¡soy yo!... ¡detente!... En eso vi aproximarse de ambos lados dos dedos gigantescos y comenzaron a apretarte, a aplastarme a querer aniquilarme, y apretaban y apretaban con los dedos con las uñas ¡no!... ¡no!... Desperté. Eran las siete de la mañana y sólo una horrible pesadilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario